Muestra

15 voces conversan sobre la autoría del mañana​

Josep Maria Miró

Escribo estas líneas de viaje...

Escribo estas líneas de viaje, en ruta, haciendo y viendo teatro en otros paisajes y realidades, algunos de ellos, países en crisis cíclicas que, consciente o inconscientemente, han determinado sus poéticas y formas de producción (por bien y por mal). Pienso en las palabras del amigo dramaturgo franco-uruguayo, Sergio Blanco, en el último simposio de teatro catalán celebrado en Barcelona, donde contaba que la palabra crisis en japonés está integrada por dos caracteres, peligro y oportunidad, y nos recordaba que el teatro, surge de la crisis, con la crisis y para la crisis. Los autores tenemos que asumir la crisis como algo necesario para emancipar la lengua y el cuerpo. En el mismo espacio de reflexión, el escritor, traductor y filólogo, Raül Garrigasait, afirmaba que los libros y el teatro tendrán un lugar en el mundo que viene y que como seres de continuidad que somos, y frente las crisis energéticas y climáticas que se acercan, haremos bien de concentrarnos en realidades básicas y duraderas: en aquellas realidades que dan sentido a nuestro paso por la tierra porqué nos vinculan con las voces de los muertos y con las vidas que aún están por nacer.

En las últimas décadas, nuestros teatros perdieron el miedo al “autor vivo” y la presencia de textos contemporáneos cohabitando en la cartelera con Shakespeare, Ibsen, Guimerà, Pinter, o Sarah Kane, para citar algunos nombres, se ha convertido en algo habitual. Hemos conseguido espacios y visibilidad pero, como si se tratara de una arma de doble filo, esta presencia y exposición ha puesto en riesgo a nuestras escrituras acabar subordinada a las leyes de mercado, con ese pretexto recurrente de “el público”, o de los mecanismos, necesidades y dictadura de los sistemas de producción, todos ellos parámetros más propios de la industria que del arte. Creo que por ello, y ante una cierta “espectacularización” y banalización de la escritura, no he querido participar nunca en actividades que conllevan la confrontación pública de escrituras, como si se tratara de un Got talent, con el antes citado “público” como jurado autorizado a imponer veredicto y dar sentencia por “aclamación popular”. Creo que los autores teatrales contemporáneos debemos contar nuestro tiempo (y asumir e instalarnos en el valor de la crisis de la que hablaba Blanco); poder hacerlo con una voz libre, personal y con las máximas (o al menos con ciertas) garantías de independencia frente a factores que tengan a ver con el mercado, la recepción en claves empresariales, y no de la creatividad; y la necesidad de vincular nuestra escritura, oficio y experiencia a la reflexión sobre su propia naturaleza y la relación con la tradición (ya sea por hilo de continuidad o ruptura).

Hace poco, el día después de ver una producción de más de un millón de dólares y varias pantallas en directo en escena, me invitaron junto a cuatro espectadores más a un formato mínimo alrededor de una mesa con cinco actrices en una revisión de la Gaviota de Chéjov. Esta experiencia, un acto de comunión entre texto, intérpretes y espectadores, con valor de misa chéjoviana, consiguió el efecto que no se produjo en el primero con todos los medios y la espectacularidad de un teatro globalizado, mercantilizado y de efectismo pirotécnico, inmediato y escurridizo. El esencialismo y el encuentro “aquí y ahora” entre un espectador (o varios) con un intérprete (o varios), siguen siendo pilares indiscutibles de un teatro que reclama el encuentro íntimo y local de la palabra hecha carne.