Muestra

15 voces conversan sobre el legado de la Muestra

José Ramón Fernández

Imprescindible

«Aunque no lo digo con aire de lamento personal los autores no gozamos en este momento de interés y no sé hacia dónde miran cuando se afirma que no hay autores en España; los hay y con obras mejores que la que me han premiado». Son palabras de Alfonso Sastre, de mayo de 1993, cuando le acababan de dar el Premio Nacional de Literatura Dramática. Al hilo de aquello nos conocimos, en la entrega de los premios nacionales. Nos quedamos charlando detrás y no salimos en la foto de familia. Ese era el panorama en 1993, cuando comenzó a andar un proyecto, la Muestra de Alicante, que hoy permite hablar de autores de teatro, de la convivencia de varias generaciones y de muchos modos de entender la escritura, de una manera normal. Pero entonces no era lo normal. Y sospecho que con cuatro o cinco años de despiste dejaría de ser lo normal; es impresionante lo fácil que es retroceder.

Para poner en marcha esa tarea se contó con un tipo que llevaba diez años, desde el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas, apoyando a los autores con talleres, becas, producciones, coproducciones… en unas programaciones donde coincidían nombres como Francisco Nieva, Ignacio Amestoy, Álvaro del Amo, José Sanchis Sinisterra, Rodolf Sirera, Marisa Ares, Ernesto Caballero, Sergi Belbel, Lluïsa Cunillé, Ignacio del Moral, Rodrigo García, Sara Molina, Carlos Marqueríe, Antonio Fernández Lera, Rosa Montero, Vicente Molina Foix…

Con un equipo reducido y muy profesional, Guillermo Heras ha atravesado 30 años de nuestra Historia, dando a la palabra Muestra su sentido: ha sido, cada año, una fotografía de la situación. Tuve ocasión de decirlo en Alicante, en noviembre pasado, ante las autoridades competentes y un público ávido de teatro. Lo repito aquí por si no se me oyó bien: la Muestra de Alicante es una de las cosas más importantes que le han pasado a la Cultura de mi país en el último medio siglo, comparable con la creación del Festival de Almagro o de la Compañía Nacional de Teatro Clásico; y no me viene mal la comparación: hoy, que en la programación de teatros municipales sea normal encontrar un título del Siglo de Oro nos parece normal, del mismo modo que nos parece normal que una parte muy importante de los textos estrenados sean de autores vivos. “El hombre es como la tierra, que cultivado da fruto”, decía un autor que no tuvo la suerte de vivir ahora.

A veces me gustaría convertirme en el aspirante a ángel de George Bailey para mostrar a Guillermo (Y, de paso, a quienes tienen responsabilidades en nuestra Cultura) qué habría sido este país de no estar él ahí, picando piedra, resistiendo y soñando. Qué difícil es encontrar a alguien que sepa hacer tan bien esas dos cosas: resistir y soñar.